Famoso por sus callejones empedrados y techos con tejas color terracota, este Pueblo Mágico guerrerense sorprende por su cultura, artesanías en plata y deliciosa gastronomía.
Desde la llegada, el viaje a Taxco es ya una experiencia; a tan solo tres horas de la Ciudad de México por carretera, el paisaje montañoso y la vista panorámica del pueblo son una postal viva que emociona a cualquiera.
Una vez en el destino, el Cristo Monumental recibe a los visitantes en la cima del cerro y las casas blancas y rojizas dan la bienvenida a un lugar lleno de historia, tradición y hospitalidad.
El paseo en teleférico es una de las maneras más cómodas para disfrutar de las vistas panorámicas del pueblo desde las alturas. El Zócalo se abre paso para tomar fotografías y en los alrededores, las neverías invitan a sentarse y disfrutar.
Quienes desean hacer turismo religioso, pueden dirigirse al Templo de Santa Prisca, joya barroca del siglo XVIII y conocer su interior.
Pero debajo del suelo, la ciudad también atesora historia, tal es el caso de la Mina Prehispánica, situada bajo un hotel en pleno centro de Taxco. El lugar permite conocer cómo los pueblos originarios extraían metales antes de la llegada de los españoles.
También es posible visitar talleres de platería, donde chicos y grandes pueden aprender sobre el arte de la orfebrería y recorrer las joyerías o el Tianguis de la plata para adquirir un bello recuerdo hecho con las manos de artesanos taxqueños.
La gastronomía tradicional, ofrece opciones para todos los gustos: tacos de cecina, quesadillas, tlacoyos, pozole guerrerense o los clásicos y exuberantes tacos de jumiles.
En cuanto a alojamiento, Taxco cuenta con hoteles boutique, posadas familiares y terrazas con vistas a las montañas. Hospitalario, seguro y tranquilo, el Pueblo Mágico es también un refugio para escapar del bullicio y disfrutar de la calma en un ambiente bohemio y sereno.
