Hay un lugar en el centro del país donde la celebración del Día de Muertos cobra una relevancia singular al ser cuna del mestizaje cultural de México: la ciudad de Tlaxcala.
Esta celebración se manifiesta de diferentes modos dentro del territorio mexicano, pero hay un lugar en el centro del país del que poco se habla y que fue donde se originó gran parte de esta tradición que es resultado del encuentro que se dio entre las comunidades tlaxcaltecas ahí asentadas y los frailes franciscanos que llegaron en el siglo XVI.
Cerca de lo que hoy es la capital del estado, en los señoríos tlaxcaltecas y antes de la llegada de los españoles, ya se conmemoraba a los muertos durante la época del fin del ciclo agrícola, cuando se cosechaban cultivos locales como el maíz, frijol, calabaza o garbanzo.
Un calendario nahua determinaba 20 series (o “meses”) de 13 días, y otro calculaba 18 series de 20 días cada uno. Coincidían en que en lo que hoy conocemos como agosto, se recordaba a los niños difuntos en el Miccailhuitontli, y a los adultos fallecidos se les veneraba en el Huey Miccaihuitl, en el actual septiembre.
Esto lo observaron los franciscanos y en su evangelización adaptaron el culto y lo integraron al rito católico, dado que la iglesia en Europa asignaba dos días en memoria de los mártires, siendo el Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos el 1 y 2 de noviembre.