Los viajes de negocios y corporativos se vienen frenando. La incertidumbre actual impone nuevos paradigmas que podrían imponerse de manera muy duradera.
La tensión geopolítica global, sumada a la reciente escalada en la guerra comercial entre Estados Unidos y China, comienza a repercutir directamente sobre la industria de los viajes corporativos. Lo que hasta hace poco era un termómetro estable del dinamismo económico global, hoy se encuentra ante un escenario volátil e incierto, marcado por posibles recesiones, restricciones presupuestarias y una reconfiguración estructural del mercado.
El pasado 8 de abril fue un día clave: en respuesta a los nuevos aranceles impuestos por la administración Trump —con tasas de hasta el 104 % sobre productos chinos—, Beijing anunció represalias con gravámenes del 84 % sobre productos estadounidenses. El efecto dominó en los mercados no tardó en llegar: caídas significativas en las bolsas de todo el mundo y una renovada alarma sobre la salud de la economía global. Según JPMorgan, la probabilidad de una recesión mundial ahora ronda el 60 %.
El turismo de negocios, primer indicador en alerta
El turismo de negocios fue históricamente un reflejo fiel de la economía real. Y las señales que hoy transmite son inequívocas: la desaceleración no solo es inminente, sino que ya ha comenzado.
Desde aerolíneas internacionales y agencias corporativas se reporta una disminución en la demanda, especialmente en Estados Unidos, considerado el primer “domino” de una cadena de impactos que podría alcanzar a todo el planeta. Scott Kirby, CEO de United Airlines, afirmó recientemente que los viajes asociados a contratos gubernamentales y consultorías —que representan entre el 4 y 5 % del total de su actividad— se han reducido en un 50 % en el corto plazo. Una señal de alerta contundente.
Por su parte, Craig Fichtelberg, presidente de AmTrav, expresó que “la incertidumbre económica hace muy difícil para las empresas comprometer presupuestos firmes de viaje para 2025”. Las decisiones de inversión en traslados y eventos corporativos están en suspenso.
Más allá del impacto inmediato, lo que preocupa a los actores de la industria es el cambio estructural que podría producirse en el segmento MICE. Tim Clark, presidente de Emirates, habló de una posible “reconfiguración” del sector, diferente a lo vivido durante la crisis financiera de 2008. “Estamos frente a un reajuste sin precedentes en el escenario económico global. Los patrones de viaje de negocios podrían no volver a ser los mismos”.
En otras palabras, así como la pandemia de 2020 instauró de forma permanente las videoconferencias y redujo los viajes presenciales, la actual coyuntura podría marcar el inicio de una nueva era en la forma en que las empresas entienden y utilizan el turismo de negocios.
¿Qué esperar para América Latina?
Si bien el epicentro del sismo económico se ubica en Estados Unidos, los expertos coinciden en que sus efectos podrían extenderse rápidamente a otras regiones. América Latina —altamente dependiente de la inversión extranjera, los eventos internacionales y los encuentros comerciales— podría ser una de las más afectadas si el escenario de recesión global se consolida.
La reprogramación o cancelación de ferias, congresos y misiones comerciales internacionales ya es una posibilidad que ronda entre los organizadores y operadores de eventos en la región. Además, el freno en la asignación de presupuestos corporativos podría afectar directamente a destinos que ven en el turismo MICE una fuente estratégica de ingresos.
Lo que está en juego es mucho más que una caída coyuntural. Para muchos de los líderes del turismo mundial, estamos ante un “punto de inflexión” que podría redefinir el futuro del turismo de negocios global. Los modelos de viaje, los presupuestos, la frecuencia de eventos presenciales y hasta el diseño de políticas públicas de promoción podrían cambiar radicalmente.
En este nuevo tablero, los países, destinos y empresas vinculadas al MICE deberán adaptarse a un entorno donde la sostenibilidad, la digitalización, la eficiencia en costos y la flexibilidad serán claves. El “nuevo estándar” ya no es una posibilidad remota: está en plena gestación.